Son las dos y media. Ya ha terminado la jornada escolar, pero yo estoy todavía en el aula de 1º de bachillerato haciendo un examen. La mayoría de los alumnos ya ha terminado y se ha marchado, pero unos cuantos chicos y chicas todavía siguen enfrascados en sus ejercicios. Todo transcurre con normalidad.
En la mitad de la primera columna a mi izquierda, junto a las ventanas, se sienta José María. Viste un canguro, ya sabéis, capucha y dos bolsillos laterales que se comunican. Me llama la atención porque ha dejado de trabajar y mira distraído a través de los cristales, dando la impresión de que ya ha terminado.
-”José María, si has acabado entrega el examen que ya va siendo hora”, le digo.
Él me mira, no me contesta y se pone de nuevo a trabajar. O mejor, a hacer como que trabaja mientras yo le observo. Levanta su mirada, se topa con la mía y de nuevo como que hace algo. Su actitud empieza a hacerme sospechar. Decido andar y moverme entre las mesas, dándole deliberadamente la espalda, pero muy atento a él. En cuanto hago esto José María se pone alerta y sigue mis movimientos sin perderme de vista. Cuando cree ver su oportunidad, mete la mano izquierda en el bolsillo de su canguro y la saca entreabierta con algo dentro.
Yo sigo deambulando por el aula, ahora encaro su pasillo, me voy acercando. De nuevo mete él su mano en el bolsillo y vuelve a sacarla, vacía. Llego hasta su sitio. Me paro a su lado.
-”¿Qué tienes en el bolsillo?
-”¿En el bolsillo? Un pañuelo” dice, y para corroborar sus palabras me muestra un pañuelo de papel arrugado. Me mira con gesto de triunfo.
No le durará mucho ese gesto, porque en un movimiento rápido meto la mano en su canguro y saco otro papel: pequeño como una chuleta, manejable como una chuleta, con letra pequeña y muy prieta como una chuleta... En definitiva, una chuleta.
José María se pone visiblemente nervioso.
Le miro inquisitivamente, esperando sus palabras.
Pero no le salen las palabras, sólo señala la chuleta con la mano izquierda, como acusándola por haberse dejado atrapar, con su índice estirado y la palma ligeramente vuelta hacia arriba. Y es entonces sucede lo imprevisto: para mi sorpresa veo que la palma de su mano está, ¡oh dioses! completamente escrita, completamente cubierta por una letra pequeña y prieta, una nueva chuleta.
Le cojo la mano, le tengo pescado.
-”¿Y esto qué es?", le pregunto.
José María se pone como un tomate, tiembla, tartamudea... Cuando por fin logra articular palabra me contesta:
-”Esto, esto... ¡Esto no es mío!"