Celia
(quizá os acordéis de ella, por sus comentarios tras la visita a la
exposición de Rembrandt, en “Por un mísero medio punto...”),
alumna de primero de bachillerato, viene a Jefatura por un problema
con inglés. Su clase está dividida en tres niveles y ella está en
el superior, pero no se siente cómoda. Sus compañeros proceden la
mayoría de la sección bilingüe y ella no. Pregunta si podría
cambiarse al nivel intermedio. Miraremos que se puede hacer.
Fué
alumna mía en tercero de la ESO. Por aquel entonces leía a todas
horas, no literatura juvenil, estaba metida con los clásicos:
Tolstoi y su Ana Karenina, por ejemplo; inusual en una chica de 14
años.
-”¿Has
leído algo interesante últimamente?” pregunto aprovechando la
oportunidad.
-”A
Cesare Pavese”, me dice. Y añade: “Tú me lo
recomendaste, ¿te acuerdas?”
-”No,
Celia, no me acuerdo. ¿Y qué te has leído?”
-”Diálogos
con Leucó, me encantó”
-”¡Vaya!”,
digo admirado.
Para
los que conozcáis a Pavese sabréis que esta obra es la más
particular de todas cuantas escribió, también la más querida por
él, según dicen. El libro que tenía consigo en el trágico momento
de su suicidio.
Quizá
yo prefiera “El hermoso verano”, con ese principio mezcla
de felicidad y melancolía:
“En
aquellos tiempos era siempre fiesta. Bastaba con salir de casa para
ponerse como locas, y todo era tan hermoso, en especial de noche, que
al volver muertas de cansancio aún esperaban que ocurriese algo, que
estallase un incendio, que en la casa naciera un niño, o a lo mejor
que amaneciera de improviso y toda la gente saliese a la calle y se
pudiera seguir andando y andando hasta los prados y hasta detrás de
las colinas. -”Estáis sanas, sois jóvenes -decían- sois unas
chiquillas, no tenéis preocupaciones...”
Disfruta,
Celia...