martes, 14 de abril de 2009

"Hoy puede ser un gran día..."

Primer día de instituto tras las vacaciones, un poco pesimista y muy perezoso pienso en lo larga que se me va a hacer la jornada. 


Nada más llegar me encuentro con Remedios, que luce una cara estupenda y me cuenta que ha estado en Holanda visitando a su hija, se lo ha pasado en grande. Sonríe, saca una caja de bombones y me da un par, el chocolate es delicioso. ¡Humm, pues no va a ser un día tan malo!


Sigo encontrándome gente, todos, radiantes y sonrientes, tienen cosas que contar. Pregunto a Tina por sus padres, que pasan de los noventa años. Me planta dos besos, me dice que no están mal del todo, y me regala una bolsita de almendras garrapiñadas. ¡Están riquísimas, hoy parece que estoy de suerte!


Me voy a mi clase con los de segundo de bachillerato, el grupo que me hace disfrutar este año, una horita relajada, sin tensiones. Salgo al pasillo y Carmen, de inglés, me coge del brazo y me lleva a su departamento mientras nos contamos nuestras vacaciones. Al llegar nos encontramos a Chus compartiendo empanadas dulces de requesón y calabaza, bizcocho de naranja, bizcocho de frutas, longaniza, quesos varios... todo ello traído de su pueblo: “¡Vivan los productos de la tierra!”, gritamos riendo con la boca llena. 


Salgo del departamento de inglés, sonriendo y pensando que nada va a poder estropearme el día, si ha empezado así, nada va a poder torcérmelo. 

Camino de mi próxima clase, me pierdo por los pasillos silbando alegremente. Si escuchas con atención podrás reconocer la melodía.


...y mañana también.”



sábado, 14 de marzo de 2009

Cinco años ya...

  Cuando ocurrió la desgracia del 11-M yo trabajaba en un instituto en Alcalá de Henares, a 30 kilómetros de Madrid. En Alcalá tomaron los trenes los terroristas que pusieron las bombas, y muchos afectados por ellas fueron vecinos de Alcalá. 


El día 11 pasó confuso, con aquella riada de sangre y muerte que se iba acrecentando por momentos. 


Cuando el día 12 entramos en las aulas vimos que, como todos los días, faltaban alumnos en ellas. Pero ese día estábamos más pendientes de quienes eran los que no habían llegado. En la sala de profesores empezamos a pensar que la ausencia de alguno podría estar relacionada con el atentado del día anterior. 


El día 13 había faltas que se nos hacían sospechosas. Así que los que éramos tutores empezamos a llamar por teléfono. 


-”Buenos días, llamo del instituto donde estudia Beatriz, soy su tutor, quería saber por qué no ha acudido a clase en los dos últimos días.”


Era una pregunta nada inocente hecha con mucha precaución, que encerraba el temor a escuchar aquello que nos temíamos.


En una de aquellas llamadas supimos que el padre de Ana y de Paco viajaba en uno de los trenes y que murió en el atentado. 


Unos días antes mi hermano José Luís había muerto en accidente de tráfico y mi dolor se unió al dolor de los familiares de las víctimas. Una especie de triste empatía. 


Hace ya cinco años de aquello...




sábado, 7 de marzo de 2009

1, 2, 3...

1


   Teresa es profesora de francés. Es la jefa del departamento. Se jubilará al finalizar el curso que viene después de más de 20 años de docencia en nuestro instituto. En todo este tiempo Teresa ha vivido para su asignatura, entregada, motivada y exigente. El número total de alumnos de nuestro centro que cursan francés supera a la suma de alumnos del resto de institutos públicos del distrito, ¡ahí es nada! Nuestros chicos y chicas suelen tener buenos resultados en Selectividad, y se dice que salen con buen nivel. Teresa en buena medida se atribuye estos méritos y cree que sin su esfuerzo las cosas no serían así. Teme, además, que la situación empeore cuando ella ya no esté.

Teresa es una persona emprendedora y colaboradora: es una de las tres responsables de la biblioteca del centro, que funciona a pleno rendimiento; también ha realizado durante muchos años (y éste será uno de ellos) intercambios con Francia para sus alumnos más mayores. 

Si algún pero se le puede poner a Teresa, es que tiene un fuerte genio.


2


   Este año, al departamento de francés ha llegado una profesora nueva. Se llama Marian, debe rozar la cuarentena, y tiene ya unos cuantos años de docencia a sus espaldas. Es madre de un niño de la edad de mi hijo, y desde que llegó hemos charlado unas cuantas veces, no muchas, nuestros horarios no nos lo permiten. De ella he oído decir a Teresa que tiene un bonito acento francés, pero que le cuesta hacerse con las clases, que suele haber jaleo en ellas. 


Hace unas semanas, me encuentro a Marian por los pasillos, a última hora. Veo que tiene los ojos rojos. Cuando le pregunto qué pasa su cara se contrae en una mueca que me recuerda a los pucheros de los niños. Comienza a llorar y me cuenta que no aguanta más: tiene problemas con su jefa, Teresa. Me dice que cuestiona sus métodos pedagógicos, que no le da directrices claras de cómo actuar, que no la deja intervenir en las reuniones del departamento para dar sus argumentos, que la presiona continuamente, que la tilda de vaga e inútil. Vaga e inútil. Estas palabras utiliza.

La consuelo como puedo, le digo que debe hablarlo con ella, con el equipo directivo. Ella asiente sin convicción y parece que se tranquiliza, pero comprendo que sólo es momentáneo. Ninguna solución la he aportado. Únicamente algún vago consejo del que hasta yo mismo dudo. 


3


   Jueves a la hora del recreo. Al pasar por la puerta de Jefatura veo un nutrido grupo de alumnos que protestan. Son de 3º ESO B. Escucho lo que dicen: 


-”La semana que viene tenemos examen de francés y nos han dicho que nos entra hasta el tema 8, y nosotros no lo hemos dado. En 3º A sí lo han dado, pero nosotros vamos más lentos y todavía no hemos llegado. Dicen que este año el examen lo va a poner la jefa del departamento en vez de nuestra profesora. Pero eso no es justo porque...”


Siguen protestando mientras yo me dirijo a la cafetería.





miércoles, 18 de febrero de 2009

Lo imprevisto

   Son las dos y media. Ya ha terminado la jornada escolar, pero yo estoy todavía en el aula de 1º de bachillerato haciendo un examen. La mayoría de los alumnos ya ha terminado y se ha marchado, pero unos cuantos chicos y chicas todavía siguen enfrascados en sus ejercicios. Todo transcurre con normalidad. 

En la mitad de la primera columna a mi izquierda, junto a las ventanas, se sienta José María. Viste un canguro, ya sabéis, capucha y dos bolsillos laterales que se comunican. Me llama la atención porque ha dejado de trabajar y mira distraído a través de los cristales, dando la impresión de que ya ha terminado. 


-”José María, si has acabado entrega el examen que ya va siendo hora”, le digo.


Él me mira, no me contesta y se pone de nuevo a trabajar. O mejor, a hacer como que trabaja mientras yo le observo. Levanta su mirada, se topa con la mía y de nuevo como que hace algo. Su actitud empieza a hacerme sospechar. Decido andar y moverme entre las mesas, dándole deliberadamente la espalda, pero muy atento a él. En cuanto hago esto José María se pone alerta y sigue mis movimientos sin perderme de vista. Cuando cree ver su oportunidad, mete la mano izquierda en el bolsillo de su canguro y la saca entreabierta con algo dentro.

Yo sigo deambulando por el aula, ahora encaro su pasillo, me voy acercando. De nuevo mete él su mano en el bolsillo y vuelve a sacarla, vacía. Llego hasta su sitio. Me paro a su lado. 


-”¿Qué tienes en el bolsillo?


-”¿En el bolsillo? Un pañuelo” dice, y para corroborar sus palabras me muestra un pañuelo de papel arrugado. Me mira con gesto de triunfo.


No le durará mucho ese gesto, porque en un movimiento rápido meto la mano en su canguro y saco otro papel: pequeño como una chuleta, manejable como una chuleta, con letra pequeña y muy prieta como una chuleta... En definitiva, una chuleta. 


José María se pone visiblemente nervioso. 


Le miro inquisitivamente, esperando sus palabras. 


Pero no le salen las palabras, sólo señala la chuleta con la mano izquierda, como acusándola por haberse dejado atrapar, con su índice estirado y la palma ligeramente vuelta hacia arriba. Y es entonces sucede lo imprevisto: para mi sorpresa veo que la palma de su mano está, ¡oh dioses! completamente escrita, completamente cubierta por una letra pequeña y prieta, una nueva chuleta.


Le cojo la mano, le tengo pescado.


-”¿Y esto qué es?", le pregunto.


José María se pone como un tomate, tiembla, tartamudea... Cuando por fin logra articular palabra me contesta:


-”Esto, esto... ¡Esto no es mío!"



martes, 10 de febrero de 2009

Sensatez

   David cursa 4º de la ESO, grupo D, en el programa de diversificación. Le conozco bastante bien (le he tenido en 1º, en 2º, y en 3º) y le aprecio: es una persona cariñosa y educada en el trato personal, además de ser un chico inteligente. Ahora bien, es más vago que la chaqueta de un guardia, como diría mi padre, un liante como pocos, y suele tratar con cierta ironía y cinismo a aquellos profesores y profesoras que se dejan. Un comportamiento reprobable por el que se ha ganado algunos problemas y un montón de charlas y amonestaciones que le han hecho bastante poco efecto, la verdad.


Hoy, de camino a mi departamento paso por delante de Jefatura y ahí le veo una vez más,  discutiendo y negando cualesquiera que sean los hechos que se le imputen. Me paro y me pongo a escuchar:


-”¡Que yo no he hecho nada, que es que la profe de dibujo me tiene manía! Yo estaba haciendo los ejercicios tan tranquilo y me ha echao... Estaba todo el mundo hablando y va y me echa a mí, que estaba a mi rollo.” suelta del tirón, sin alterarse pero exagerando en sus gestos y subiendo un poco su tono de voz, sabiendo que se está perdiendo una clase y que con un poco de suerte el incidente se va a quedar en nada.


Por el pasillo avanza María, ¿os acordáis de ella? Tiene cara de no encontrarse bien, los ojos hundidos y sin brillo, y viene un poco encojida. Los que la conocemos sabemos que de vez en cuando tiene unos dolores durante la menstruación que la dejan doblada, no vale ni la Saldeva ni el Ibuprofeno ni nada. Sólo llamar a su casa y pedir que vengan a recogerla. Hoy es un día de esos para ella, pobre.


David sigue con lo suyo, ahora también en presencia de María, que espera para que la atiendan en Jefatura:


-” ...ella no me puede decir dónde tengo que sentarme, para eso está mi tutora. A mí me ha puesto ella ahí y de ahí no me muevo. Y además, ese no es motivo para que me grite. Y claro, ella me grita y yo ¿qué hago? Pues saltar, que no puedo hacer otra cosa. Si nosotros gritamos a un profesor se nos cae el pelo, pero si él nos grita pues no pasa nada. Pero a mi me faltan al respeto y no me puedo contener...” Erre que erre, ese es el discurso de David, no hay quien le calle.


María, que fue compañera suya hasta el año pasado, le mira, y le dice bajito:


-”Claro que te puedes contener, David. Te contienes con quien te da la gana y en las clases que te da la gana. Y con quien no quieres no te controlas. Es así.” 


Esto le dice María y David se calla. La charla ya no viene de de un profesor, o de su tutor, o de Jefatura de Estudios. Viene de una compañera que le conoce bien y que sabe a quién se dirige, de qué pie cojea. Se han acabado las tonterías. 


David se calla y se sienta en el banco que hay a la entrada de Jefatura esperando que acabe la hora. El jefe de estudios vuelve a su trabajo, un montón de papeles acumulados en su mesa. Yo me voy a mi departamento a corregir un rato. Y María, nuestra sensata María, espera a que vengan a buscarla: no tardarán mucho.



miércoles, 4 de febrero de 2009

Gravedad

Al final de esta mañana, cuando ya había encarrilado la clase en 3ºA y tenía a todos los chicos y chicas trabajando, me fijo en una mancha blanca en una pared: alguien ha estallado contra ella un Tippex.


-”¿Y aquí, qué ha pasado? “, pregunto. Nadie contesta, pero veo que Alejandro mira hacia su izquierda, a Marc, que no ha levantado la cabeza de su dibujo mientras yo hablaba. 


-”¿Qué es lo que ha pasado, Marc?” le pregunto. 


Marc reacciona y me mira sorprendido de mi puntería, digamos.


-”Que se me rompió el bote de Tippex”, dice con franqueza, aunque intentando maquillar lo que ha pasado. 


Marc es más bien alto, delgado y guapo, con unos ojos de color azul claro que le vienen de sus antepasados de origen alemán. Lleva su pelo rubio muy rapado. Es un chico noble y no elude su responsabilidad, lo cual le agradezco. 


-”Pues habrá que limpiarlo, ¿no?” 


Él afirma con la cabeza. 


Sé que no va a haber problema, mañana cumplirá su palabra, ahí queda zanjado el asunto. Ahí queda zanjado hasta que Guillermo, el delegado del curso levanta la mano. 


-”Profe, es que en el cambio de clase” -comienza a explicarme- “a Marc se le ha caído el bote...” En este punto yo le paro. 


-”Alto, alto, Guillermo. Te agradezco tu interés por el caso. Pero cuando yo estudiaba, de eso hace ya muchos años y puede que las cosas hayan cambiado, aprendí que la ley de la gravedad siempre atrae a los cuerpos hacia abajo. ¿Sigue siendo así? Porque si no ha cambiado, no entiendo que algo se caiga y se golpee contra una pared.” Risas generales, Marc sonríe. 


-”Venga, seguid trabajando, por favor.” 


Ahora si parece que el caso está zanjado. Mañana se limpiará la pared. 

jueves, 22 de enero de 2009

Pasará

Esta mañana he tenido un conflicto, no pequeño, con Roberto, un alumno de 2º de la ESO: enfrentamiento, desobediencia reiterada, contestaciones inapropiadas... No quiero entrar en detalles de lo que ha pasado, pero si en sus consecuencias: para él un disgusto, una llamada a su padre (que daría para un laaaargo debate) y una sanción moderada; para mí otro disgusto, pero no sólo eso. 


Al final de la mañana ha venido a buscarme, como yo le pedí: 


-” Bueno Roberto, tú me dirás”, le digo, y se queda un poco perplejo, pues lo que él espera es que sea yo el que hable.


-”Pues no sé, profe, que creo que antes he cometido una tontería.” dice. Parece que la cosa no empieza mal.


-”Estoy de acuerdo. ¿Y?”


No hay respuesta, sólo un encogimiento de hombres y una mirada que trasluce su pensamiento: “¿Qué querrá éste?”


Sigo esperando y sólo pasado un rato añade:


-”¿Y qué más, profe, qué más tengo que decir?” 


Y aquí se ha acabado todo. Las esperanzas que yo tenía en que hiciera una reflexión seria el sólo se desvanecen. No hay disculpas, no arrepentimiento, no propósito de cambio. Al contrario, vuelve a insistir en su punto de vista y en lo absurdas que son algunas normas. Sólo haciendo yo los razonamientos que él debería haber hecho, llevándole a la reflexión que habría tenido que salir de él, hace autocrítica y me pide disculpas. Porque yo le argumento para encauzarle a ello. A empujones. 

Esto me entristece mucho. 


Al final de nuestra conversación le hablo de mi decepción:


-”Lo peor de todo lo que ha pasado, Roberto, es mi perdida de confianza en ti. Me esperaba que cuando vinieras a verme habrías entendido lo que hiciste mal y que pedirías disculpas por ello. Pero no ha sido así, lástima. Te tenía por un chico más razonable, más adulto.”


No me contesta, se da la vuelta lentamente y se va, no se despide... 


Y aquí me deja. Con una sensación de desánimo que no me gusta. 

Esto es lo peor de cuando vivo alguna situación así: el gusto amargo que se me queda pegado, la desilusión que me invade llenándome de dudas.


Pasará.



lunes, 12 de enero de 2009

Boban se sabe la teoría


Boban es alumno de 1º E de la ESO. Siempre que entro en su clase está fuera de su sitio: corriendo, brincando, cantando, jugando, peleando, tirando cosas, gritando... ¡¡SIEMPRE!!

Si os acordáis, era el compañero que suministraba a Aarón los materiales para su investigación de finales de octubre. 


Por más que le digas que tiene que tener otra actitud en clase, por más que le regañes, o que le castigues, no se consigue nada. En realidad, no hay ningún problema, sólo que es un niño con demasiada energía. Las molestias que causa nunca son graves. Pero debe aprender a controlarse. 


Hoy en vez de regañarle, le he pedido que escribiera sobre su comportamiento, rogándole que fuera sincero: 


-“Si tu no eres capaz de ver lo que ocurre, Boban, es imposible que se dé un cambio, ¿lo entiendes?”


No hay duda de que lo entiende, pues esto es lo que ha escrito:



MI COMPORTAMIENTO


-“Mi comportamiento está mal no tengo que hacer tonterías en los cambios de clase. Cuando toca, me tengo que quedar sentado en la silla preparar el material y esperar a la profesora en silencio. Si me porto mal me van a castigar y poner un parte. Hoy me he portado mal por jugar en los cambios de clase y me han castigado.

Tengo que escuchar a los profesores y hacer lo que me mandan o me digan. No tengo que pegarme con mis compañeros ni decir palabrotas.”



Bien, como podemos comprobar Boban se sabe la teoría. Ahora sólo falta que la ponga en práctica. 

Seguro que comienza un día de estos...