miércoles, 18 de febrero de 2009

Lo imprevisto

   Son las dos y media. Ya ha terminado la jornada escolar, pero yo estoy todavía en el aula de 1º de bachillerato haciendo un examen. La mayoría de los alumnos ya ha terminado y se ha marchado, pero unos cuantos chicos y chicas todavía siguen enfrascados en sus ejercicios. Todo transcurre con normalidad. 

En la mitad de la primera columna a mi izquierda, junto a las ventanas, se sienta José María. Viste un canguro, ya sabéis, capucha y dos bolsillos laterales que se comunican. Me llama la atención porque ha dejado de trabajar y mira distraído a través de los cristales, dando la impresión de que ya ha terminado. 


-”José María, si has acabado entrega el examen que ya va siendo hora”, le digo.


Él me mira, no me contesta y se pone de nuevo a trabajar. O mejor, a hacer como que trabaja mientras yo le observo. Levanta su mirada, se topa con la mía y de nuevo como que hace algo. Su actitud empieza a hacerme sospechar. Decido andar y moverme entre las mesas, dándole deliberadamente la espalda, pero muy atento a él. En cuanto hago esto José María se pone alerta y sigue mis movimientos sin perderme de vista. Cuando cree ver su oportunidad, mete la mano izquierda en el bolsillo de su canguro y la saca entreabierta con algo dentro.

Yo sigo deambulando por el aula, ahora encaro su pasillo, me voy acercando. De nuevo mete él su mano en el bolsillo y vuelve a sacarla, vacía. Llego hasta su sitio. Me paro a su lado. 


-”¿Qué tienes en el bolsillo?


-”¿En el bolsillo? Un pañuelo” dice, y para corroborar sus palabras me muestra un pañuelo de papel arrugado. Me mira con gesto de triunfo.


No le durará mucho ese gesto, porque en un movimiento rápido meto la mano en su canguro y saco otro papel: pequeño como una chuleta, manejable como una chuleta, con letra pequeña y muy prieta como una chuleta... En definitiva, una chuleta. 


José María se pone visiblemente nervioso. 


Le miro inquisitivamente, esperando sus palabras. 


Pero no le salen las palabras, sólo señala la chuleta con la mano izquierda, como acusándola por haberse dejado atrapar, con su índice estirado y la palma ligeramente vuelta hacia arriba. Y es entonces sucede lo imprevisto: para mi sorpresa veo que la palma de su mano está, ¡oh dioses! completamente escrita, completamente cubierta por una letra pequeña y prieta, una nueva chuleta.


Le cojo la mano, le tengo pescado.


-”¿Y esto qué es?", le pregunto.


José María se pone como un tomate, tiembla, tartamudea... Cuando por fin logra articular palabra me contesta:


-”Esto, esto... ¡Esto no es mío!"



martes, 10 de febrero de 2009

Sensatez

   David cursa 4º de la ESO, grupo D, en el programa de diversificación. Le conozco bastante bien (le he tenido en 1º, en 2º, y en 3º) y le aprecio: es una persona cariñosa y educada en el trato personal, además de ser un chico inteligente. Ahora bien, es más vago que la chaqueta de un guardia, como diría mi padre, un liante como pocos, y suele tratar con cierta ironía y cinismo a aquellos profesores y profesoras que se dejan. Un comportamiento reprobable por el que se ha ganado algunos problemas y un montón de charlas y amonestaciones que le han hecho bastante poco efecto, la verdad.


Hoy, de camino a mi departamento paso por delante de Jefatura y ahí le veo una vez más,  discutiendo y negando cualesquiera que sean los hechos que se le imputen. Me paro y me pongo a escuchar:


-”¡Que yo no he hecho nada, que es que la profe de dibujo me tiene manía! Yo estaba haciendo los ejercicios tan tranquilo y me ha echao... Estaba todo el mundo hablando y va y me echa a mí, que estaba a mi rollo.” suelta del tirón, sin alterarse pero exagerando en sus gestos y subiendo un poco su tono de voz, sabiendo que se está perdiendo una clase y que con un poco de suerte el incidente se va a quedar en nada.


Por el pasillo avanza María, ¿os acordáis de ella? Tiene cara de no encontrarse bien, los ojos hundidos y sin brillo, y viene un poco encojida. Los que la conocemos sabemos que de vez en cuando tiene unos dolores durante la menstruación que la dejan doblada, no vale ni la Saldeva ni el Ibuprofeno ni nada. Sólo llamar a su casa y pedir que vengan a recogerla. Hoy es un día de esos para ella, pobre.


David sigue con lo suyo, ahora también en presencia de María, que espera para que la atiendan en Jefatura:


-” ...ella no me puede decir dónde tengo que sentarme, para eso está mi tutora. A mí me ha puesto ella ahí y de ahí no me muevo. Y además, ese no es motivo para que me grite. Y claro, ella me grita y yo ¿qué hago? Pues saltar, que no puedo hacer otra cosa. Si nosotros gritamos a un profesor se nos cae el pelo, pero si él nos grita pues no pasa nada. Pero a mi me faltan al respeto y no me puedo contener...” Erre que erre, ese es el discurso de David, no hay quien le calle.


María, que fue compañera suya hasta el año pasado, le mira, y le dice bajito:


-”Claro que te puedes contener, David. Te contienes con quien te da la gana y en las clases que te da la gana. Y con quien no quieres no te controlas. Es así.” 


Esto le dice María y David se calla. La charla ya no viene de de un profesor, o de su tutor, o de Jefatura de Estudios. Viene de una compañera que le conoce bien y que sabe a quién se dirige, de qué pie cojea. Se han acabado las tonterías. 


David se calla y se sienta en el banco que hay a la entrada de Jefatura esperando que acabe la hora. El jefe de estudios vuelve a su trabajo, un montón de papeles acumulados en su mesa. Yo me voy a mi departamento a corregir un rato. Y María, nuestra sensata María, espera a que vengan a buscarla: no tardarán mucho.



miércoles, 4 de febrero de 2009

Gravedad

Al final de esta mañana, cuando ya había encarrilado la clase en 3ºA y tenía a todos los chicos y chicas trabajando, me fijo en una mancha blanca en una pared: alguien ha estallado contra ella un Tippex.


-”¿Y aquí, qué ha pasado? “, pregunto. Nadie contesta, pero veo que Alejandro mira hacia su izquierda, a Marc, que no ha levantado la cabeza de su dibujo mientras yo hablaba. 


-”¿Qué es lo que ha pasado, Marc?” le pregunto. 


Marc reacciona y me mira sorprendido de mi puntería, digamos.


-”Que se me rompió el bote de Tippex”, dice con franqueza, aunque intentando maquillar lo que ha pasado. 


Marc es más bien alto, delgado y guapo, con unos ojos de color azul claro que le vienen de sus antepasados de origen alemán. Lleva su pelo rubio muy rapado. Es un chico noble y no elude su responsabilidad, lo cual le agradezco. 


-”Pues habrá que limpiarlo, ¿no?” 


Él afirma con la cabeza. 


Sé que no va a haber problema, mañana cumplirá su palabra, ahí queda zanjado el asunto. Ahí queda zanjado hasta que Guillermo, el delegado del curso levanta la mano. 


-”Profe, es que en el cambio de clase” -comienza a explicarme- “a Marc se le ha caído el bote...” En este punto yo le paro. 


-”Alto, alto, Guillermo. Te agradezco tu interés por el caso. Pero cuando yo estudiaba, de eso hace ya muchos años y puede que las cosas hayan cambiado, aprendí que la ley de la gravedad siempre atrae a los cuerpos hacia abajo. ¿Sigue siendo así? Porque si no ha cambiado, no entiendo que algo se caiga y se golpee contra una pared.” Risas generales, Marc sonríe. 


-”Venga, seguid trabajando, por favor.” 


Ahora si parece que el caso está zanjado. Mañana se limpiará la pared.